«La comida de San Pedro el Saucito tiene una sorpresa para cad ahora del día. Te hará salivar y agradecer al de arriba haber nacido cerca de ahí»
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Galopan los caballos haciendo retumbar la tierra de aquí al sur del continente. Las herraduras levantan polvo que los vaqueros disipan con sombrero en mano, que devela las multi cromáticas letras colosales con la leyenda: “San Pedro el Saucito”, sinónimo de paraíso del buen diente.
Visitar este lugar es como avanzar miles de kilómetros en poco tiempo. Se encuentra a unos veinte minutos de la urbe hermosillense, pero parecía uno de esos pueblos mágicos escondidos en la sierra. Los cuales usualmente visitas usando gafas de sol, una capa de protector y sombrero de undertaker.
Destaca su dicotomía atmosférica en la que convive la máquina de andar con el potro indomable, pero lo que se lleva la cima del podio son los platillos que se huelen desde que uno va en camino.
Ya sea que uno quiera desayunar, comer o cenar, o simplemente botanear, San Pedro el Saucito tiene una sorpresa para cada hora del día, que te hará salivar y agradecer al de arriba haber nacido cerca de ahí.
En estos oasis al aire libre podrás encontrar menjurjes en cuencos hipnotizantes como pozolito rojo, menudito con pan mantequilloso, cocido de res y hasta una gallina que disque pinta.
Por otro lado, se hacen presentes los guisados de carne con chile, carne asada, envueltos en cachetes de maíz, que hasta el más macho y fornido se lleva a la boca como si fuera avioncito. Bañados en salsa, aguacate y salpicados en limoncito, ¡cómo no caer!
Ahora, para los príncipes y reyes más exigentes, hay señores platones conformados por machaca con huevo revuelto, frijolitos y una guarnición de chilaquiles rojos con quesito para aumentar las reservas de energía en la guantera debajo de los pezones.
Para cerrar con broche de oro, uno puede alentar la quema de combustibles recién adquiridos con un cafecito de talega recién colado, preparado con crema y azúcar que debilita hasta la coyota y cochito más dorada y endurecida.
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